No comemos comida si no sabemos de dónde proviene; pero nos acostumbramos a que sea así con el entretenimiento.
Antes, si a una casa llegaba un libro, un disco o se elegía un programa de radio o tele: un adulto lo había propuesto.
Ahora los chicos acceden y crean contenido sin mediación de grandes. En parte es la tecnología y en parte es que los adultos dejaron de ser gestores culturales. Eso trajo autonomía; pero también una cuota de extrañamiento generacional.
Recuperar ese lugar, empieza por no delegar en el algoritmo de las redes, como en una nana confiable; así como no diríamos «decile a esa señora que va allá, que te lleve al teatro».
La idea de gestor cultural es proponer, compartir a nuestro alcance: puede empezar en lo que sabés hacer, en lo que te gusta compartir o en lo que te gustaría aprender, y encararlo de la manera más íntima o pública que te resulte natural.
También en que veas a tu entorno familiar: ¿quién propuso lo que consumimos? ¿cómo aprenden lo que hacen? ¿cómo eligen la ropa o la comida? ¿cómo eligen una película, una lectura o la música?
Y te fijás si podés proponer.
Si cocinás algo, si arreglás algo para que se vuelva a usar, si usás herramientas, si compartís recuerdos (fotos, relatos), si organizás una salida (plaza, teatro), estás transmitiendo tu cultura, tu forma de ver y actuar en el mundo. Si traés una revista o un libro a casa, si proponés una obra o una peli, si hacés un juguete, una huerta. Si cosés una ropa usada, cuidás plantas, tejés un pulóver, si organizás un intercambio de usados, si enseñás a bailar, también.
Fijate cuál es el ámbito a tu alcance, en el que te sentís cómodo o en el que «te tiente» intervenir, y hacia el que sientas alguna forma de «llamado» a hacer algo. No dejes de seguir esa intuición.
Podés hacer una lista de cosas que sabés hacer y que te gustan: compartí eso con quienes te resulte natural. Las personas con las que convivís, la red de amigos o vecinos o tu comunidad. Medí el alcance en el que te resulte natural compartir.
© Luis Pescetti